31 agosto 2006

El Imaginario Colectivo

El público está casi presente, algún que otro flash ilumina la sala. Acá no se venden pochoclos, ni gaseosas a tres pesos como en el cine, ni esa bola de azúcar rosada que todos alguna vez comimos. Ya no hay más lugar, ¿dónde pretenden meter a todas esas personas que están ahí afuera en la cola?, en fin, problema de ellos, yo mejor no me asomo más a ver si todavía me reconocen a pesar del maquillaje. Acá la gente no empieza a aplaudir para que la obra comience, ¿será que nadie se anima a romper el hielo? No, no, esa es una frase antigua, habrá que inventar alguna más moderna. Bueno por las dudas cierro las cortinas, que por cierto son de pana bordó. ¡Por Dios, apaguen ese maldito celular!
Al instante se empezó a escuchar de fondo una musiquita al estilo Chaplin. El escenario ya estaba listo para enloquecer, y fue en ese mismo momento cuando de golpe las luces se encendieron. A partir de ese instante comenzó la cuenta regresiva y la sala permaneció en silencio (de todos modos era invierno, mucho catarro de fondo).
Los pasajeros arrancaban el día en el colectivo, o por qué no llamarlo bondi. Apenas algunos habían conseguido asiento, otros se encontraban de parados y en el fondo un pendejo boludo chamullándose una colegiala. Primer parada, segunda parada, tercer parada, y así las demás. Primera historia, segunda historia, tercera historia, y así las demás. Una parada una historia distinta, otra parada otra realidad, tres cuadras de diferencia y muchas vidas que apenas compartieron unos minutos del mismo viaje. Creo que ninguno de ellos se olvidará de la chica Bob, que por cierto no tiene nada que ver con el reggae man, sino con Esponja. La mocosa era la fan número uno de aquel dibujito animado, que más que esponjas simulan ser quesos (¿qué sos Bob Esponja?). La piba la tenía bastante clara a pesar de su temprana edad, ella solo quería completar su álbum de figuritas de Bob (y, no va a ser del gaucho Martín Fierro). Pero por fin se bajó rápido del colectivo, ya le estaba hinchando mucho las bolas al resto de los pasajeros con sus desaforados grititos de nena caprichosa. Lo más gracioso fue cuando se bajaron el profesor (con un libro de Freud en la mano) y la profesora (con un pantalón de tiro alto que marcaba su cintura). Nadie se imaginaba que ambos estaban enamorados, pero esa era la pura verdad (pobres, entre los dos no hacían una). La “parejita” daba clases en el mismo colegio, así que se fueron juntos. Vaya uno a saber si llegaron a destino, por ahí la pasaron mejor perdiéndose por ahí, quién sabe. Así fue cómo llegó el turno de todos, parada tras parada. Al rato se bajaron las comúnmente llamadas “chetas huecas” (sorry, ¡qué hacían ellas en un bus!). Luego vinieron los catingas, esos que nunca pueden faltar en este tipo de representaciones. Ambos (eran dos) bajaron con sus llantas extravagantes, sus flequillos bien stone (qué tendrá que ver ese nombre si estos tipos escuchan Leo Mateoli) y, como ya dije, tarareando alguna cumbiecita. Obviamente se fueron rápido, me pareció que se estaban escapando de la cana. No tardó en bajarse un tipo con pinta de personal trainer. Tenía puesto un atuendo al estilo deportivo y su cabello estaba empapado de una tintura más bien berreta (rubia, obviamente). Mejor que el tipo se mantuviera callado, no paraba de decir idioteces y posar en todos los sentidos. Uy, ya me estaba olvidando de nombrar a la nena (que no tomaba mamadera pero que todavía se chupaba el dedo) y que viajaba junto con su niñera (igualmente la última había dejado de chuparse el dedo y tomar mamadera hacía tiempo). Qué personaje esta mujer, tenía un símil parecer a la morocha de las Spice Girls (¿?), los mismos cabellos volados. Resultó ser que todavía faltaba una sola pasajera, se había quedado dormida en uno de los asientos del medio contra la ventana. Pobrecita, debía tener sueño, era tan tierna. El señor colectivero no tuvo otra opción que despertarla y pedirle que por favor se bajara del colectivo. La nena se paró y se dirigió hacia la puerta, allí mismo se bajó. Estaba perdida, y del miedo empezó a hacer pucherito. Caminó despacito para la izquierda, pero estaba tan desorientada que no se dio cuenta que se iba a chocar con otra persona (un nenito un poco bobo). Y así fue cómo pasó. Ambos se chocaron, se asustaron, se avergonzaron, se taparon y hasta creo que infantilmente se enamoraron (al igual que los profesores).La pequeña soñaba con ser una princesita como esas de los cuentos, el sueño del nene era tocar el piano para toda la vida. Los dos se sentaron, se acurrucaron, cerraron los ojos y las luces se apagaron.
Qué raro, nunca más volví a ver esa línea de colectivos.

2 comentarios:

lara dijo...

¡Cómo olvidarme de Robertito! Ahora que lo mencionaste me pongo a pensar que todas aquellas personas que pasamos por ese colectivo teníamos patologías bastante particulares... jaja

Anónimo dijo...

Me acuerdo de Saritaaaaaaaa!! eras
muy tierna Laru, daban ganas
de abrazarte toda amiga!

Te veo mañana mujer!
Besoooooo