14 junio 2006

Había una vez una casa

Había una vez una casa. Había una vez una casa en medio de un bosque. Había una vez una casa en medio de un bosque rodeada de muchos árboles que inundaban de sombra el lugar. Nunca se supo por qué nadie jamás había ingresado a la casa. No se trataba de una casa habitada por brujas ni fantasmas, pero la gente ignoraba su existencia, o mejor dicho, no tenían interés en una casa vieja y abandonada, la cual apenas podía ser llamada casa por el hecho de tener un par de paredes, alguna que otra ventana y una puerta que ni picaporte poseía. Si bien esta especie de morada vivía en soledad, cada tanto alguna que otra lluvia la visitaba prudentemente y le hacía un rato de compañía hasta que llegaba el próximo visitante, el sol. Digamos que tan desolada no permanecía, junto al sol se encontraba hasta que las primeras estrellas se dignaban a aparecer y le enviaban un guiño a modo de saludo. La luna era un poco más exquisita. Su presencia no era del todo completa, excepto en aquellas noches en las que la cuidaba y esperaba hasta que la misma se durmiera. He llegado a la conclusión de que aquella pobre casa que describí al comienzo no era tan pobre, solo que su apariencia engañó a mi forma de razonar. Ésa casa estaba más viva que nunca, y vaya uno a saber qué era lo que había en su interior.