28 septiembre 2006

Con sólo hacer clic

Con mi cámara fotográfica capturo cada una de las partes de tu cuerpo. La imagen es nítida, limpia. Muy real. La luz logra penetrar en cada recoveco de tu figura. Quiero tonos de alto contraste.

Aún no disparo, solo te observo.

Ahí puedo verte los pies. Ambos están descubiertos. Son más lindos cuando están abrigados con las medias. Esas que son grises y pasaron a ser blancas con el tiempo.
Cerca están las piernas. Me agradan tus pantorrillas, aunque vos las llames gemelos.
Vamos a correr para alcanzar la pelota y hacer un gol, o quizás caminar hasta la parada del colectivo. Ambas mantienen la coordinación entre sí, al menos que empiecen a ponerse un poco más viejitas. Nunca me salió dibujarlas del todo bien, me tiembla el pulso y luego me cuesta borrar el lápiz.
Ahora tu cola. Muy simétrica, al igual que el resto de tu silueta. Es perfecta, ninguna se asemeja. Y me encanta la curva en forma de tobogán que la une con tu espalda.
Tu espalda en forma de triángulo exagerado. Aquella que permite estudiar en detalle cada uno de los músculos que la componen. La misma que presta lugar para que todas tus vértebras se encaminen hacia el cuello.
Y el olor de tu perfume se adueña del espacio. Puedo sentirlo. Está cerca, ahora más lejos. Lo imagino, lo veo. Apenas se percibe la nuca camuflándose con tu pelo, corto.
Y te das vuelta para que de a poco comience a distinguir tu rostro, carismático. Veo continuidad, formas entrelazadas. Estoy ciega, no puedo encontrar errores. Pero aún así tampoco sé si sos perfecto.

Estaba por disparar, pero todavía no quiero. Me detengo a seguir mirándote. Puedo verte a través del lente que apenas te deforma, y al mismo tiempo sonreír mientras me oculto por detrás de mi cámara.
Ahora sí, creo que ya está todo listo. Es cuestión de hacer clic.

La última vez dije que ya no iba a creer más en las imágenes blanco y negro, pero me equivoqué. Las de color apestan.

Por favor, no dejes de posar para mí nunca más.

25 septiembre 2006

Rompecódigos

Hay muchas cosas en la casa. Formas geométricas claras, imágenes camufladas. Las mismas de siempre, entrelazadas unas a otras. Las cerdas de un cepillo con aires de renovarse, el título de un libro que acumula tierra de colores, pilas de discos que recuerdan dichosas juventudes roqueras. Pero hay más, siempre hay más. Hay también una tasa llena de café bien negro, sino la noche entera no se aguanta. Veo un diccionario. Qué sabio por saber tantos significados, qué ignorante su estructura que no permite ligar las palabras unas a otras. El cuarto se quedó sin luz, pero el día aún no se apaga. Y veo mis muñecas débiles de tanto escribir. Más tarde los dedos de la mano que extrañan el calor del tacto, y que buscan creer en algo efímero una vez más. Y es el mismo brazo lleno de músculos el que golpea. Más despacio, más fuerte, igual punza y lastima. No entiendo a los planetas, ellos y sus órbitas girando en círculos en contacto directo con el éter. Apenas veo una medialuna a lo lejos. La misma que hizo padecer de locura a varios eruditos y que está arrimada a una estrella milenaria. Esa misma que alguna noche nos detuvimos a mirar mientras caminábamos de la mano a orillas del mar. Pero en aquel tiempo era redonda y encandilaba los ojos, no como ahora que apesta. Y de a poco vuelve el calor de primavera, ese aire cálido que envuelve a los cuerpos y regenera antiguas pasiones ocultas. Y encontré esa foto del pasado allí en uno de los cajones de uno de los cuartos de la casa. Qué extraño, qué jóvenes éramos, tan solo un poquito más que ahora. Y así comenzó a surgir el rutinario recuerdo idealizado, aquel mismo que le miente a la razón y alimenta al sentimiento. Ahora hay que dar un paso hacia delante y sin retroceder. Pero ojo, acá está prohibido romper códigos, es peligroso y no perdona. De todos modos la tentación se hace presente, se adueña de mis movimientos impulsivos y hoy puedo afirmar que todo vale. Sé que las normas establecidas no me lo permitirían, pero yo quiero. Aunque no te vea en la casa, aunque no estés en relación con esas formas geométricas ya antes mencionadas, y aunque apenas pueda ver tu rostro borroso. Ahora hay que tener mucho cuidado y ser precavidos. No puedo olvidar que estoy parada en la boca del lobo. De una vez por todas me toca a mí empezar a correr. Qué bueno, esto recién empieza...

20 septiembre 2006

Los cambios y el lavadero

Le damos la bienvenida a lo que comúnmente conocemos como “cambio”, y por favor que sea expresado en todos los idiomas (yo por el momento con el que mejor me llevo es con el castellano, así que voy a continuar relatando de esta forma). Pero ¿qué es esto del cambio? Está palabra puede significar muchas cosas, o simplemente se nos pueden venir a la mente varias imágenes cuando hacemos mención de la misma.
A mí recién por ejemplo se me vinieron a la mente un par de zapatillas (esas que conocemos como All Star, de las cuales hay infinita cantidad de modelos y si querés hasta podes conseguir las que tienen la imagen de Agus teniendo sexo telefónico con Manuel). Pero seguramente se preguntarán qué tienen que ver las zapatillas con los cambios. Mucho. No es lo mismo cuando las zapatillas está recién lavadas (con la tela impecable y con las suelas tan blancas que nos da pena volver a usarlas), que cuando volvemos de bailar o de una fiesta y las pobres vuelven hechas mierda. Encima en este estado es cuando más se la discrimina, las pobres no tienen la culpa. Eso pasa porque las madres siempre les dicen a sus hijos que antes de entrar se saquen las zapatillas así no ensucian el piso de la casa, y las indefensas siempre terminan durmiendo en el lavadero junto con el resto de la ropa sucia y olorienta. Y así las zapatillas pasaron de un estado de pureza a uno de desagrado.
Imaginen un plato de ravioles, o mejor de canelones de ricota que son más ricos (pero sin nuez). Ahí están ellos y la salsa rosa (hecha de tomate y crema para los que no sabían). Bueno en fin, la pasta todavía está caliente y no podemos olvidar que la abuela hace los canelones más ricos de Belgrano (para ser más originales y no decir del mundo). El siguiente paso es dejar de observarlos, y luego tomar los cubiertos para empezar a deleitarse. Pero hay algo que no puede faltar nunca en estos momentos, el pan. Nada de grisines duros ni galletitas, quiero pan. Mientras combinamos bocaditos de canelones nos tentamos y mojamos el pan en la salsa (sí, será de mala educación, pero en familia y amigos todo vale). Y así es como de a poco el plato va quedando vacío, es más, tal vez hasta ni lavarlo hace falta (no, no, sino va a terminar en el lavadero junto a las zapatillas y la ropa sucia). ¿Pero el cambio donde está?, parece simple, pero no todo pasa por lo que podemos observar (eso sólo ocurre en las ciencias). Hay otra cosa más aparte del cambio visible (de un plato lleno pasamos a tener un plato vacío): el ánimo. En un primer momento uno se sienta a la mesa frente al plato. En ese mismo instante la boca se hace agua y los ojitos brillan sin poder controlar esa mirada atacante hacia los ravioles. Luego es el turno de empezar a comer y concentrarse sólo en la pasta, ella y nosotros (tal vez un vaso de agua también). Y cuando salimos de esa burbuja nos damos cuenta de que la magia terminó, que ya no más pasta ni tampoco más agua. Y en ese momento es cuando el ánimo comienza a decaer, a transformarse y a ser dominado por la rabia. Ahora no sólo no hay más pasta, sino que tenemos que lavar el plato y tal vez la tasa de café que alguien dejó esa mañana en la pileta de la cocina.
Qué podemos decir de un frasco de perfume (lleno). Da lo mismo si es importado de Francia o si es una imitación berreta de Plaza Francia, es perfume de todos modos. Algunos lo compran, a otros se los regalan, otros simplemente están insertos en la industria del mismo y los consiguen gratis. Nadie me puede decir que no le da pena usarlos, más cuando están bien llenitos. ¿Pero sino para qué están?, no son muy simpáticos como adorno (un tubo largo conteniendo un líquido). Es cuestión de animarse y usarlo. Y ahí es donde está el problema, uno lo usa y lo usa, y en pocos días lo termina gastando. Claro, en realidad está para eso, pero la complicación empieza cuando ya no tenemos más perfume para ponernos. ¿Mirá si terminamos con olor a lavadero como el que ya mencionamos anteriormente?, no, por Dios. Ese es el momento en el que debemos ir a otro placard que no sea el de nuestro cuarto, y revisar todos los frascos que parezcan contener perfume. Aunque pensándolo bien no es buena idea. ¿Y qué pasa con el cambio en esta situación?. Otra vez volvemos a dejar de lado la parte obvia: el frasco pasa de estar lleno a estar vacío, al igual que pasaba con el plato de canelones (sin nuez). Pero más allá de eso, ¿qué pasa?. Uno puede llegar a sufrir fuertes cambios emocionales. Supongamos que X es una mujer que usa siempre perfume y un día se le acaba. X ya no va a ser la misma de siempre, ya no va a ser la mujer a la que todos identifiquen por su fresco aroma envolvente. X va a sentir un vacío interno que no podrá ser saciado por otra cosa que no sea su adorado perfume (el francés o el de Plaza Francia). Y acá el cambio es muy importante, es interno y externo a la vez. Y también afecta al resto: si la mujer X dejara de usar su perfume, tal vez empiece a tener mal olor. Y así
también iría a parar directo al lavadero de ropa sucia, al igual que las zapatillas mugrientas y los platos sin lavar. En fin, qué grande el lavadero.

Qué lime, esto pasa por pasar mucho tiempo con Janis jeje.

12 septiembre 2006

Pupurrí expresivo

Salgo a caminar un rato por ahí. Mientras avanzo observo un poco a mi alrededor. Hay algo lindo, algo feo, está presente lo frágil, de moda lo sensible, lo brillante. Pero además veo un poco de la esencia. Me tapo los ojos y sigo oliendo el clima tirante que se genera en la multitud. Esos que chocan entre sí por defender sus propias verdades, y a su vez interactúan en un laberinto de mentiras oscuras y ocultas. Siento constantemente cómo nace la necesidad de expresarse, de querer gritarle al mundo quiénes somos, e ir sensibilizando los oídos para la aceptación de la negación y la afirmación. Unos somos así, otros asá, pero siempre lejos de llevar la carga perfecta en las espaldas. Hoy me sigo equivocando, y me enojo. Pero aprendo, luego borro y de nuevo vuelvo a escribir. Con el tiempo van incumbiendo cosas nuevas, tal vez tan pequeñas que pasan desapercibidas ante mis ojos, pero están. De a poco las voy viendo, las enuncio, las expongo, las leo, las subrayo. Bien de a poco. No hay que correr, sino por lógica llegaríamos más rápido. ¿Y después qué?, no entiendo, no entiendo la meta. Mejor marchar a paso lento, pausado. Mientras tanto voy mirando a los costados, derecho e izquierdo, uno y otro. Estamos en la frecuencia en donde la comodidad nos avergüenza, pero al mismo tiempo nos amenaza con la tentación. Y al caer es cuando nuevamente borro e insisto en volver a escribir sobre una hoja nueva. Recuerdo el andar de un velero, sobretodo el vaivén. A veces surge el mareo y acudimos en busca de un asiento antes de que explote, otras veces nos divertimos y no dejamos que el pelo nos tape la cara en la fotografía. Hoy me siento débil y pido socorro, mañana venderé sonrisas en oferta y mi tienda estará repleta de gente. Estamos llegando a una nueva estación, bienvenida. Se ha pinchado la burbuja, somos libres. Libres para poder escuchar una canción de amor, pero de las buenas nada de cursilerías. Libres de sentir, ya sea algo fuerte o débil, perplejo o acertado. Libres de razón, de juzgar elecciones que marquen distancia. Libres de manifestar nuestra vocación, nuestro querer, nuestro elegir. Hoy no tengo ganas de pensar, tan solo quiero gritar que soy joven y disfrutar del eco. No tengo idea si existe la posibilidad de madurar un plan B, por el momento vamos a empezar por la base. La base está. ¿Seguro que la base está?, yo creo que estoy bien parada.

10 septiembre 2006

Mañana de megda

Me levanto y me olvido la secuencia de los sueños que tuve mientras dormía. ¿Será verdad lo que se dice de ellos?. Me refiero al hecho de pensar que cada sueño nos da una señal de algo. Algunos sostienen que apenas son juegos para entretener a la mente en la noche cuando la misma no tiene ganas de irse a dormir. Pero también hay personas que van más allá de eso y creen que todo lo que soñamos es por algo. Mi inquietud es la siguiente: supongamos que los sueños nos están indicando algo, ¿qué hay con esos que sólo recordamos apenas nos levantamos y al instante pareciera como si se esfumaran dejando nuestra mente en blanco? ¿Será que aquellos que se pierden en la nada no son importantes? ¿pero si así fuera para que los tenemos?. Todavía no puedo decidirme con qué teoría quedarme, de todos modos no es algo que me inquiete demasiado en este momento (debe ser que en el fondo no creo mucho en esas señales). Ahora me dirijo hacia la cocina. Por qué será que no está listo el café, mierda. Entre el fastidio de levantarme cuando todavía el sol no salió y a eso sumarle la falta de café, puedo afirmar que lograron ponerme de mal humor (sí, los mismos que me asignaron ese horario de mierda para entrar a la facultad y los que no me dejaron el café filtrado para solo tener que echarle la leche y calentarlo). Pero qué me pasa, estoy hablando como una viejita que nada puede tolerar. Mientras espero por mi café voy a leer un poco el diario. Justo en la mitad vino una revistita de una de esas marcas que venden electrodomésticos y demás (quiero mencionar que dos o tres veces por día recibo llamadas telefónicas a casa de gente que piensa que se está comunicando con Frávega. Pero no, los boludos se equivocan al marcar el último número y ahh...). En fin, volviendo a la revista, pucha qué es caro estar hoy en día a la moda en cuanto a la tecnología. Pero bueno, tengo que interrumpir la lectura ya que mi café me está esperando y mi estómago se la está empezando a agarrar conmigo. Voy a sentarme a desayunar en el comedor diario, tranquila. Ya casi tengo todo listo: el café con leche y un par de galletitas. Pero me olvidé de encender la tele para chequear la temperatura. Como no encuentro el control remoto voy a tener que levantarme de la silla a encenderla. &%$·”(/%/·$!!!!! ¡Qué torpe qué soy!, ¡con el codo tiré la tasa de café y lo derramé por toda la mesa!. Qué mañana esta por Dios. Pero a no perder la paciencia, hay un nylon que protege el mantel y con el famoso trapo amarillo de la cocina en dos minutos limpié todo. No llego a hacerme otro café y encima ya se me fueron las ganas, mejor me como las galletitas y me conformo con un vaso de agua. Me fijo la temperatura en la televisión así ya me voy a vestir. 20º, qué tiempo loco, un día te cagás de frío y al siguiente tenés que salir medio en bolas porque sino no tenés donde carajo poner el abrigo (qué fina mi manera de expresarme, faltó decir que me lo meta en el culo). Ya me vestí, solo me faltan las zapatillas. ¡No encuentro medias! (y sí, uno tiene siete mil quinientos pares de medias pero nunca están las dos, o están agujereadas o están todas en la pila para lavar). Ahí encontré unas en el fondo del cajón, son feas pero igualmente no se me van a ver. Voy a llegar tarde así que mejor me apuro con el temita de atarme los cordones. No voy a relatar la parte del lavado de dientes, el pis y el tener que luchar contra el pelo para peinarme como una señorita (es increíble cuando estás apurada y te levantás con el flequillo en posición de Torre Eiffel y no hay manera de bajarlo). Y para seguir la tradición de la mañana no encuentro las malditas hebillitas que pueden solucionar mi problema con el cabello. Ahí vi unas amontonaditas al lado del perfume, listo. No me tengo que olvidar la mochila, porque con 20º un saquito me tengo que llevar y no vaya a ser cosa que después en clase no tenga donde guardarlo. Igualmente no sé para qué me hago este comentario si nunca antes me olvidé la mochila, aunque siempre puede haber una primera vez (sorry, pero qué boludo el que alguna vez se olvidó la mochila). Ya son y media así que me las pico. Dónde habré dejado las llaves ayer... otra estúpida pregunta que me hago a mí misma ya que las llaves siempre están ahí colgaditas (se me fue el nombre de la tablita que tiene ganchitos en donde se cuelgan las llaves). Voy a salir de casa y un calor interno efervescente me atraviesa todo el cuerpo. La puta madre me olvidé que hoy había paro. A la mierda, me vuelvo a dormir otra vez (cuando me enojo digo malas palabras). ¿Por qué será que se les dice “malas” palabras si en ese momento son la opción más buena para descargarse?. Pero basta de filosofar querida, son las 6 y media de la mañana y es hora de meterse en la camita otra vez. Voy a ver si sueño con algo que me haga creer en la teoría de los sueños-señales. Zzz...

(Nada de esto me pasó, pero lo de Frávega es cierto).

06 septiembre 2006

Piedra libre para vos

Me desplazo, despacio.
Avanzo, retrocedo, me paro.
Viene el sí, por detrás un no.
Hace frío, a pesar del sol.
Falta de equilibrio.

Es verdad, pero mentira.
No encuentro armonía.
Se perdió en el viento, y voló.
Quedó la foto sin marco.
Resultó ser nula.

Veo colores, mezclados.
El reloj sigue funcionando.
Ya llega, falta menos. Creo.
Y así me levanto, poco a poco.
También vuelvo a caer, a veces.

Boom, hay tambores aquí.
Deténganse y sigan sonando.
Pero que haya ruido.
No quiero cualquier murmullo.
Quiero ese. Sí, terca. Volvé.

Qué llueva, da igual.
Delirando, sos bueno. Lo sé.
El humo, de vez en cuando.
Date la media vuelta, para acá.
Piedra libre para vos, te vi.

05 septiembre 2006

El casete, luego Play

Puso Play y empezó a escuchar la grabación de aquel viejo casete. Todavía podía reconocer las voces, era tan simple. Una tras otra se repetían una vez más, una por una. Continuaba titilando en su mente el eco de las mismas, todas juntas, desoladas, secas y húmedas. Pero había una en particular, muy diferente al resto. Tan solo detuvo su atención en ella, quería creerla, sentirla y volver a recordarla. La voz aún irrumpía con ganas, como en aquellos tiempos pasados de grabación. Aislada en aquel casete veterano como único estímulo. Todo era suave, áspero y ronco, muy placentero en fin. Cruzó la barrera del no y fue en busca de aquel horizonte insigne que alguna vez tuvo forma real. La cinta seguía rodando y la voz vibraba dócilmente en la afonía de la mente. Uno, dos, tres. Uno, dos, tres. De pronto la voz se detuvo, encontrando su propio consuelo en el mismo silencio de fondo. Y así comenzó a extrañarla una vez más, tal como sucede siempre, una vez más. Solo quedaba su eco, el mismo plasmado en aquellas imágenes mentales que aún hoy conservan una pizca de tu sonido, tu dicción y tu palabra. Esa era la misma voz rotunda de siempre, sin duda era la tuya. Bien propia de tu esencia, con la condición de nacer en el alma para luego vomitarse en las afueras del ser.
Volvió a rebobinar la cinta deseando escuchar nuevamente esa voz. Siempre sabiendo que su final terminaría quedándose mudo para luego tener que volver a empezar. Uno, dos, tres. Uno, dos, tres. Seguía vibrando adentro sin hacerse cargo de su rebeldía. Y así el recorrido volvió a ultimarse una vez más. Pero el eco siguió perdurando, convirtiéndose en una especie de recuerdo auditivo y empañado de un turbio retrato que nunca más volvería a ver. Luego tomó el casete y lo guardó en el lugar de siempre, allí donde nunca nadie lo había encontrado. Sabía que algún día iba volver a buscarlo, todavía no quería despedirse de él. Ahora debía esperar el momento en que la necesidad le ganara al recuerdo para luego tener que volver a acudir a él una vez más. Como siempre, una vez más. Tan solo poner Play y dejar que esa misma voz volviera a hablarle. Como siempre, una vez más.

03 septiembre 2006

Perdón

Tengo una última palabra para decirte, y es perdón. Tal vez sea un poco tarde, quizás ya no tengas ganas de oírme y seguramente sientas mucho odio hacia mí. No me atrevo a mirarte a los ojos, apenas puedo mantener la cabeza gacha. No hay justificación alguna a todo el daño que te causé. No me reconozco, esta no soy yo, estoy perdida, no puedo volver el tiempo atrás. Me agobio, anidando en la dolencia estoy, habito el mal. ¿Por qué? Porque caminé en el borde y me resbalé, para así luego caer directo en picada. Me manché las manos y quedaron las marcas registradas, arrugué el papel y aún permanecen los frunces. La traición es muy pesada, conoce mejor que nadie la compañía del rencor. Y yo te traicioné, tal así como el dolor que me provoca nombrar tan dura palabra. Traspasé la barrera de todos los límites, aquellos que seguíamos al pie de la letra, esos que no le daban lugar a la mentira, aquellos que eran puramente nuestros. Aquí es donde las palabras hablan con sabiduría pero luego el accionar se embriaga en una maniobra amedrentada. Porque lo fácil nos deja caer en tentación, para que luego lo arduo venga en manos de las malditas consecuencias. Siento como tajadas en todo el cuerpo, de esas que arden y nos hacen fruncir los dientes. Y como dice el refrán: lo hecho, hecho está. Y aún así mi mayor deseo es tener tu perdón. Porque camino y mi sombra se ve borrosa, porque los pares dejaron de serlo para convertirse en noches de fiestas solitarias, porque en todo este tiempo conocí todo tipo de lágrimas. Porque hay una cosa de la que sí estoy segura, pero todavía no quiero decirlo, menos decírtelo a vos. Por el momento sigo esperando tu perdón. Y para concluir con mi relato debo aclarar que todo lo que he dicho es pura mentira, y sólo por eso te pido perdón. Esa fue mi última palabra.