11 julio 2008

What the fuck!

Tengo que hacer unas cosas fuera de casa, así que me visto y salgo para la calle. Camino a paso ligero, es que me fui armando mi ritmo con el paso del tiempo. Voy escuchando música, pero siempre atenta cada vez que voy a cruzar la calle porque hay mucho loco al volante. Llego a la esquina, miro el semáforo, está verde, me dejan pasar y cruzo la calle. Otra vez, llego a la próxima esquina, no hay semáforo, no viene nadie y cruzo. Y así me va sucediendo lo mismo dos o tres veces más, hasta que finalmente llego a una avenida muy transitada. Aquí de pronto me topo con infinitas luces de autos ya que se está empezando a hacer de noche y los autos deben circular con las luces encendidas en esta circunstancia. Mucha gente caminando, tantas que las mismas se chocan unas con otras y esto ya es un hecho habitual. Infinidad de colectivos que parecieran venirse encima de uno como si apenas pudieran ver que estamos ahí parados. No sólo veo, sino que también escucho el bolonqui que hay ahí afuera por encima de la música que vengo escuchando. Las bocinas de los transportes públicos son los sonidos que más resaltan por encima de cualquier otro componente de esta melodía urbana. Uno que va, uno que viene, dos que se chocan y ya no quiero escuchar más. A mi lado y junto a su madre pasa un niño caprichoso que está a punto de largarse en llanto si ella no le concede lo que carajo sea que él le está pidiendo. Y a falta de esto aparece un pobre hombre que ha perdido la razón y va cantando de manera desaforada ignorando el entorno social del cual se ha quedado excluido. Y como si fuera poco, el olor que me rodea no es de mi mayor agrado. El camión de basura se está acercando hacia donde estoy parada y el rejunte de mierda que trae consigo me provoca sensaciones nauseabundas. Créanme que el niño del cual les hablé anteriormente podría haber desprendido alguna inquieta flatulencia la cual sería insignificante ante el olor a podrido que emana el interior de ese camión. Uf, qué ciudad de mierda. O será que ando un poco quejosa.

28 junio 2008

Sin dulce de leche

Tengo ganas de comerme una magdalena, pero de esas que vienen rellenas con dulce de leche. Aclaro esto porque no quiero que me pase lo mismo que me pasó el otro día en la facultad. Fuimos con una compañera al bar de la planta baja con motivo de dar un último repaso a los temas que nos iban a tomar en el parcial al cual debíamos asistir en los próximos minutos, pero como las panzas andaban medio vacías de los nervios decidimos comprarnos algo para comer mientras estudiábamos. Mi amiga se pidió un café con una porción de torta muy tentadora, en cambio yo me pedí la promoción 4, la cual estaba descripta en un pequeño cartel entre tantos otros carteles de otras tantas promociones. La misma incluía un café mediano con cuatro facturas, y tan sólo por $4. Perdón, eran tres facturas no cuatro. Mientras mi amiga se fue a sentar después que nos dieron los cafés, yo tenía que elegir las facturas que quería comer. No recuerdo bien si las primeras que pedí eran con crema pastelera o con membrillo, pero si recuerdo perfectamente que la última que le dije a la chica que me atendía que me pusiera en la bolsita era un churro. No puedo negar que apenas los vi me tenté con comer uno. Mientras caminaba hacia la mesa donde estaba mi amiga me brillaban los ojitos de las ganas que tenía de darle un mordisco a esas delicias que me pertenecían. Obviamente, como deben hacer muchos de los que me están leyendo, me dejé el churro para el final porque yo siempre dejo la parte más rica para el final. Un sorbo de café, un mordisco, una breve explicación a mi a amiga de un punto que no entendía sobre una teoría sociológica que nos iban a tomar en el parcial, otro sorbo de café, otros dos mordiscos, hasta que por fin llegó la hora de empezar a comer el churro. Hablaría un poco mal de mi parte decir que se me hacía agua la boca con tan sólo verlo ahí posadito sobre la bolsa que me había dado la chica para cargar mis facturas, pero la verdad es esa, no veía la hora de comérmelo. Tomé el churro con mi mano derecha y no esperé segundo para darle el primer mordisco, y ahí fue cuando comenzó mi decepción: el churro no tenía dulce de leche. Mierda.

03 febrero 2008

Veo, veo

Muchas veces imaginé la misma escena en mi mente: un fondo pintado con pequeños trazos en acuarela, no muy intenso pero sí con muchos colores. Líneas finas, algunas más gruesas, pero nada grotesco. El sol penetrando a través de sus rayos y una atmósfera primaveral envolviendo los alrededores. También veo flores, las cuales inundan de aromas cálidos todos los espacios de este lugar. Mariposas silenciosas que vuelan en busca de su libertad y desfilan con gracia entre los recovecos de los árboles.
Podría decir que todo esto es mágico, pero creo que también trata de algo más. Será que aquí el tiempo pareciera detenerse por un rato para dejarnos descansar, será que lo que vemos nos llena el alma de profunda armonía, o será que el imaginar nos permite crear algo verdaderamente perfecto para nuestros ojos. Y eso me gusta, me motiva a seguir haciéndolo, me impulsa a crear sin freno alguno. Y así es como devuelta me dan ganas de más.

02 febrero 2008

Allá vamos

Y allá van los hombres cuando ya no saben qué hacer. Caminar, correr, saltar, volar, eso no importa, hay que llegar. De pie, arrastrándose, tampoco eso interesa. Total existimos sin preguntarnos a dónde vamos. Llegamos de imprevisto, de casualidad, y allí seguimos por un rato. Nos queremos quedar, también irnos, pero es el cuerpo el que no sabe qué hacer. Un impulso nos obliga a avanzar, de pronto una corriente de frente nos detiene los pasos. Hay que pensar, si se puede, claro. Después actuar, ver qué es lo que nos depara el destino. No sé bien cuál es la parte que sigue, sólo sé que todavía hay mucho que preguntarnos.

02 diciembre 2007

Ella y yo

Fatomía camina despacio, sus piecitos descalzos van sintiendo el frío del piso a medida que sus pasos aumentan. Ella va atenta, debe tener cuidado de no pincharse con nada para no lastimarse. No sabe adónde va, sólo camina porque le gusta, la entretiene. Mientras avanza se va imaginando cosas, reales e irreales, pero que nunca nadie ha visto antes. Ojalá pudiera describirles el mundo imaginario de Fatomía, pero no puedo, no sé por qué. Me pregunto qué podrá ser, pero se me vienen tantas cosas a la mente que me mareo. Quizá estoy exagerando un poco, pero de todos modos la intriga me incita a seguir pensando cuál será aquel mundo que aún desconozco. Al igual que ella, ustedes sí lo conocen,

por favor si alguien me lo puede contar.

Convivencia

El café le pide a la leche que no ocupe más espacio que él en la taza; un libro en un estante le pide al libro de al lado que no se encime tanto a él; un lápiz en un lapicero se queja con los demás lápices por ser el más viejo y el más petiso; un par de zapatos en un placard se quejan del olor intenso de las zapatillas recién usadas; las migas de galletitas se enojan con las galletitas por dejarlas solas en el plato; a las cenizas del cigarrillo les pasa lo mismo pero en el cenicero. Las bombachas se quejan con los calzoncillos porque los mismos se confunden de cajón; las cajas más pequeñas se quejan del polvo de las cajas más grandes; la crema enjuague se enfada en el baño con el champú (shampoo) porque el mismo ocupa siempre el primer lugar; el libro se enoja con el lector por quedarse dormido en la mitad de una página. La banana se pone triste ya que se siente distinta respecto a la naranja, a la manzana y al pomelo; la colonia se pone triste al ver que llevan al perfume a lugares más importantes; el cepillo de dientes se entristece al ver que el cepillo de pelo tiene el cabello más suave. Las hojas en la maceta se ponen celosas de las flores por no ser monocromáticas; las paredes del living odian a los cuadros del living por ser el centro de atención. Las sábanas de la cama de mi cuarto compiten para ver cuál duerme más cómoda la próxima noche, los alfajores compiten en la cocina para ver quién adivina primero la fecha de su vencimiento. La bocina se ríe del auto cuando el mismo entorpece; el castellano se ríe en francés para ser más refinado que el inglés; los ojos se ríen de la boca por ser una sola, la boca le devuelve la risa a los ojos por ser dos pelotudos.
Y así conviven las cosas que veo, aún no descubrí lo que todavía no vi.

24 noviembre 2007

Abrazo

Y recuerdo las veces en las que aparece esa pequeña angustia atorada por algún lado del cuerpo. Por fuera los ojos van perdiendo el brillo de su mirada, por dentro la angustia sigue latiendo a ritmos crecientes. Tal vez un abrazo fuerte ayude a apagar ese pequeño dolor que aflora de repente sin pedir permiso. Y por fin viene la parte del abrazo. Es lindo, es cálido, se roba algo de lo que está perturbando por dentro. Y son esos segundos los que le ponen pausa a lo molesto, pareciera como si el silencio se hubiera apoderado de la situación y ya nada tuviera ganas de hacer ruido. Y por eso decido que la imagen se congele de esta forma. Tal vez sea el próximo capítulo el que cuente lo que pasa después, tal vez siempre mantenga el abrazo como último recuerdo. Tal vez sea el recuerdo lo que nos mantiene vivos.

29 julio 2007

Mi tren se ha averiado

Algo pasa adentro que ya no me deja escribir. Me animé a estas palabras pero el miedo a avanzar me endurece las manos. Por favor, una pausa y ya sigo escribiendo.Siento en mi cabecita un millar de mariposas coloridas yendo a favor de mis propios remolinos de viento. No sólo hay lugar para dicha excitación mental, sino también para una puerta pequeña que se abre y se cierra de a ratos. E increíblemente por aquel hueco diminuto entran y salen cada uno de los vagones de mi pequeño y desaparecido tren imaginario. Y como todo tren, el mío no cesa de pasar sin su tan característico ruido de tren “tu tu, tu tu”, y otra vez “tu tu, tu tu”. Algunos afirman que los trenes no gritan “tu”, sino que lo hacen con una “t” al final. En resumen, estos últimos revelan que los trenes hacen “tut tut, tut tut” en vez de “tu tu, tu tu”, pero a mí me parece un tanto más refinado mi “tu tu” que su “tut tut” que me traba la lengua cuando quiero volver a empezar. Pero ojalá fuera su maldito ruido el problema que me aqueja y me estrecha la imaginación. Será que sus vagones vienen vacíos, será que ya no vienen cargados con inspiración y audacia, será que se han olvidado de cargar el alfabeto que me ha estado proporcionando cada una de las letras de cada uno de mis textos, será que mi tren se ha averiado y tal vez necesite descansar un poco, pero basta. Yo podría darte una mano de pintura si es que lo necesitas, o tan solo ajustarte un par de tuercas para que camines más derecho, ¡pero dime de una vez qué es lo que quieres! Creo que con esta agresión no lograremos llegar a un acuerdo.