
Tejido fuerte en la agonía,
perfume precioso para el lobo. A
taste con sangre en tus palmas el cordel de tu alianza.
Estoy con vos y somos inseparables,
una misma media en un mar de prendas,
jalea real en la colmena,
mayúscula de cada oración escrita.
Una nube clavada en el cielo se pregunta:
¿Qué son esas dos lágrimas abrazadas en el fondo del océano?
Resuenan una sinfonía que sobresale por su perfección.
¿Qué es lo que hace una fiesta de lo ordinario
Y magia de tal sencillez?
Jesús, clavo que te quedaste en la Tierra,
incrustado en la montura de tu pasión,
ensillaste mi caballo y lo mandaste al galope.
Tu amor es un relámpago interminable,
alumbra más que el sol de mediodía.
Es ají picante,
revoluciona mi existencia,
Saca mis pantuflas y deja mis pies descalzos a tus designios.
Transmitís una energía insuperable.
Ola de mar que hace barro mi vida,
para amoldarse a tu camino.
Pero sos también Jesús manto que me cubre en el espanto,
cuando cruzo por un viento huracanado;
llama inmensa que soporta tempestades
y deja ver mis ropas desgarradas,
y el morral de mis preguntas flotando en tu misterio.
Ciudadano del Cielo y de la Tierra,
cachorro de paloma y de serpiente.
Rompiste el vitró que te enaltecía
y te hiciste ovillo entre los hombres
para extenderte a lo lardo de una arboleda
en fila para que hasta el más atormentado pudiera verte.
Sos grande Señor,
incienso que vuelo donde sea,
caricia que me envuelve cuando ves que necesito tu cariño,
sos ombú de innumerables ramas
que se transforman en el abrazo más fuerte
cuando quiero acercarme a vos.